lunes, 12 de noviembre de 2012
El arbol de los problemas
Un hombre después de pensarlo se decidió a reparar una vieja casa que tenía en una granja. Entonces, contrató a un carpintero que se encargaría de todos los detalles logísticos de restauración.
Un día decidió ir a la granja, para verificar como iban todos los trabajos. Llegó temprano y se dispuso a colaborar en los quehaceres que realizaba el carpintero. Ese día parecía no ser el mejor para el carpintero. Su cortadora eléctrica se había dañado, haciéndole perder dos horas de trabajo. Después de repararla, un corte de electricidad en el pueblo le hizo perder dos horas más de trabajo. Tratando de recuperar el tiempo, partió dos cierras de su cortadora. Ya finalizando la jornada, el pegamento que disponía no le alcanzaba para mezclar su fórmula secreta de acabado.
Después de un día tan irregular, ya disponiéndose para ir a su casa, el camión se le negaba a arrancar. Por supuesto, el dueño de la granja se ofreció a llevarlo. Mientras recorrían los hermosos paisajes de la granja, él iba en silencio meditando. Parecía un poco molesto por los desaires que el día le había jugado.
Después de treinta minutos de recorrido llegaron a la casa del carpintero, y de sorpresa lo invitó para que conociera a su familia. Mientras se dirigían a la puerta, el carpintero se detuvo brevemente frente a un pequeño árbol, de color verde intenso y por demás hermoso. Tocó varias ramas con sus manos, mientras admiraba sus preciosas hojas.
Cuando abrió la puerta, ocurrió una sorprendente transformación. Su bronceada cara estaba plena de sonrisas y alegría. Sus hijos se lanzaron sobre él, dando vueltas en la sala. Le dio un beso a su esposa y lo presentó. Le invitó un refresco y una suculenta empanada. Ya despidiéndose, lo acompañó hasta el auto.
Cuando pasaron nuevamente cerca del árbol, la curiosidad fue grande y le preguntó acerca de lo que había visto hacer un rato antes. Le recordó su conducta con el árbol.
¡Ohh!, ese es mi árbol de los problemas, contestó.
Y luego procedió a explicar y dijo: sé que no puedo evitar tener dificultades en mi trabajo, percances y alteraciones en mi estado de ánimo. Pero una cosa si es segura: Esos problemas no pertenecen ni a mi esposa y mucho menos a mis hijos. Así que simplemente los cuelgo en el “árbol de los problemas” cada noche cuando llego a casa. Luego en la mañana los recojo nuevamente, porque tengo que solucionarlos. Lo divertido es, dijo sonriendo el carpintero, que cuando salgo en la mañana a recogerlos, no hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche anterior.
El dueño de la granja se subió a su auto, meditando sobre la estrategia del carpintero para ser más feliz y evitar contaminar el hogar con los problemas laborales. Entonces se dijo, valió la pena el paseo de hoy.
Llegó a la granja y se dispuso a seleccionar su árbol de los problemas. Y desde entones cada vez que llegaba a su hogar ya saben lo primero que hacía...
domingo, 11 de noviembre de 2012
Lo que aprendí de los hámsters
Visitando a una amiga me di cuenta que había adoptado como mascota un hámsters, al ver sus lustrosos ojos negros y su nariz rosada me hizo recordar que nosotros también durante tuvimos una serie de hámsters. No fue siempre fácil tener hámsters en especial cuando despertabas para saludarlo y te encontrabas con el pobre animalito tieso y frio. Con el tiempo comprendimos y aceptamos el dolor ante la partida de nuestros pequeños compañeros.
Fidel, el primero de todos fue excepcional, era curioso y dulce, saludaba a las visitas con una meticulosa inspección. Era muy hábil para roer los cerrojos de su jaula y escaparse. Su marca de tiempo si aparecer fue de tres días. Ya habíamos perdido la esperanza de encontrarlo cuando me di cuenta de que estaba viviendo en el mueble del lavadero. Había acondicionado su “nido” con papeles trozos de pan, algunos rollos de cartón, cascaras y una bolilla azul.
Volvió a su jaula de buena manera y le permitimos quedarse con la bolilla. No tuvimos que preguntar como hizo para cargar con ella porque era un comilón de maníes y cargaba hasta seis a la vez. Después de su captura le dio por columpiarse colgado como un mono del techo de la jaula. Al principio era para alcanzar los maníes y luego lo hacía para divertirse. Cuando murió, decidimos enterrarlo, fue un sinfín de lágrimas entre todos.
Luego vino Toti y así fue nuestra costumbre, cuando moría por enfermedad o fuese de viejo o por algún gato del vecino, siempre conseguíamos uno nuevo. Con el transcurso del tiempo llegue a considerarlos criaturas adorables y listas, pero también fastidiosos diablillos nocturnos. Sin embargo, hoy me he puesto a pensar en las cosas que me han enseñado.
De ellos aprendí que la pequeñez no implica estupidez, ni la belleza amabilidad; que las vidas breves son a veces las más dichosas; que la libertad tiene un alto precio, y que acumular más provisiones de las necesarias genera desperdicio.
Ahora comprendo que a veces vivir enjaulado es preferible a las demás opciones que se nos presentan, pero si se abre una puerta, más vale actuar cuanto antes. Me he dado cuenta de que un salto arriesgado puede llevarnos a unas fauces feroces, pero también que quien no arriesga no gana. He visto que la libertad irrestricta lleva al desastre, y que a veces se puede hacer un amigo de un enemigo.
Cada semana me enseñan que cuando nuestra casa queda un desastre, conviene iniciar de inmediato la reparación con fervor y diligencia. De noche me recuerdan que se logra más trabajando mientras los demás duermen. También me han demostrado que, aunque la vida a veces parezca una rueda de hámsters , no por ello hay que dejar de correr y que la rueda se detiene cuando uno decide bajarse de ella.
Cuando intento ascender más alto y más pronto en la vida, me imagino la jaula de los hámsters y recuerdo que, a veces , correr más de prisa de nada sirve si no se tiene a donde ir.
Y lo más importante : los hámsters me enseñaron que , si la vida erige rejas en torno nuestro, podemos aprender a columpiarnos en ella.
JF
viernes, 2 de noviembre de 2012
El globo negro
Un niño negrito contemplaba extasiado al vendedor de globos en la feria que cada año se hacia en el pueblo. El pueblo era uno pequeño y el vendedor había llegado solo unos días atrás, por lo tanto era una persona desconocida.
En pocos días la gente se dio cuenta de que era un excelente vendedor ya que usaba una técnica muy singular que lograba captar la atención de niños y grandes. En un momento soltaba un globo rojo y toda la gente, especialmente los potenciales, pequeños clientes, miraban como el globo remontaba el vuelo hacia el cielo.
Luego soltaba un globo azul, después uno verde, después uno amarillo, uno blanco.
Todos ellos remontaban el vuelo al igual que el globo rojo.
El niño negrito, sin embargo, miraba fijamente sin desviar su atención, un globo negro que aún sostenía el vendedor en su mano.
Finalmente decidió acercarse y le preguntó al vendedor:
"Señor, si soltara usted el globo negro. ¿Subiría tan alto como los demás?"
El vendedor sonrió comprensivamente al niño, soltó el cordel con que tenía sujeto el globo negro y, mientras éste se elevaba hacia lo alto, dijo:
"No es el color lo que lo hace subir, hijo. Es lo que hay dentro de el."
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