domingo, 11 de noviembre de 2012

Lo que aprendí de los hámsters

Visitando a una amiga me di cuenta que había adoptado como mascota un hámsters, al ver sus lustrosos ojos negros y su nariz rosada me hizo recordar que nosotros también durante tuvimos una serie de hámsters. No fue siempre fácil tener hámsters en especial cuando despertabas para saludarlo y te encontrabas con el pobre animalito tieso y frio. Con el tiempo comprendimos y aceptamos el dolor ante la partida de nuestros pequeños compañeros. Fidel, el primero de todos fue excepcional, era curioso y dulce, saludaba a las visitas con una meticulosa inspección. Era muy hábil para roer los cerrojos de su jaula y escaparse. Su marca de tiempo si aparecer fue de tres días. Ya habíamos perdido la esperanza de encontrarlo cuando me di cuenta de que estaba viviendo en el mueble del lavadero. Había acondicionado su “nido” con papeles trozos de pan, algunos rollos de cartón, cascaras y una bolilla azul. Volvió a su jaula de buena manera y le permitimos quedarse con la bolilla. No tuvimos que preguntar como hizo para cargar con ella porque era un comilón de maníes y cargaba hasta seis a la vez. Después de su captura le dio por columpiarse colgado como un mono del techo de la jaula. Al principio era para alcanzar los maníes y luego lo hacía para divertirse. Cuando murió, decidimos enterrarlo, fue un sinfín de lágrimas entre todos. Luego vino Toti y así fue nuestra costumbre, cuando moría por enfermedad o fuese de viejo o por algún gato del vecino, siempre conseguíamos uno nuevo. Con el transcurso del tiempo llegue a considerarlos criaturas adorables y listas, pero también fastidiosos diablillos nocturnos. Sin embargo, hoy me he puesto a pensar en las cosas que me han enseñado. De ellos aprendí que la pequeñez no implica estupidez, ni la belleza amabilidad; que las vidas breves son a veces las más dichosas; que la libertad tiene un alto precio, y que acumular más provisiones de las necesarias genera desperdicio. Ahora comprendo que a veces vivir enjaulado es preferible a las demás opciones que se nos presentan, pero si se abre una puerta, más vale actuar cuanto antes. Me he dado cuenta de que un salto arriesgado puede llevarnos a unas fauces feroces, pero también que quien no arriesga no gana. He visto que la libertad irrestricta lleva al desastre, y que a veces se puede hacer un amigo de un enemigo. Cada semana me enseñan que cuando nuestra casa queda un desastre, conviene iniciar de inmediato la reparación con fervor y diligencia. De noche me recuerdan que se logra más trabajando mientras los demás duermen. También me han demostrado que, aunque la vida a veces parezca una rueda de hámsters , no por ello hay que dejar de correr y que la rueda se detiene cuando uno decide bajarse de ella. Cuando intento ascender más alto y más pronto en la vida, me imagino la jaula de los hámsters y recuerdo que, a veces , correr más de prisa de nada sirve si no se tiene a donde ir. Y lo más importante : los hámsters me enseñaron que , si la vida erige rejas en torno nuestro, podemos aprender a columpiarnos en ella.
JF

No hay comentarios:

Publicar un comentario